Por Charles D. Thompson, Jr.
Imagínate que eres Enrique. Te fuiste de tu casa y dejaste a tu familia para seguir a tu padre y trabajar en Louisburg, Carolina del Norte. Vivirás durante la mitad del año en un tráiler en una granja por un camino en medio de la nada. No cuentas con un medio de transporte. Tu vida se basa en tu trabajo en el tabaco y las verduras. Vives con tu padre y catorce otras personas de diferentes estados de México, compartiendo un grupo de tráileres. Una vez a la semana te llevan al pueblo en autobús con los otros hombres para comprar comestibles, lavar ropa, y enviar dinero a casa. Después regresas al mismo rancho por el resto de la semana. Esta es tu primera experiencia lejos de casa; la primera vez lejos de tu madre, tu hermana, y tu hermano pequeño. Por lo menos tienes a tu padre. Pero todo lo demás es diferente.
Ningunos de los otros tienen familiares aquí. No tienen a su padre, ni a un hermano, ni a un primo que los acompañe y les ayude a aprender lo que se espera de los trabajadores, y esto en una granja donde el jefe no habla español. Aprender de los otros es la única manera de sobrevivir, así que ya tienes una ventaja. Te das cuenta de que tu padre, contando con trece años de experiencia aquí, también puede ayudar a los demás. Estás dispuesto a compartirlo.
Cuando hay tiempo en los domingos, algunos de los jóvenes se llevan un balón de fútbol a un campo cercano. A veces juegan dominó. Uno de los hombres talla madera. Uno lee la Biblia en la noche. A otro le gusta cantar corridos mientras los escucha con sus audífonos. Pero más que nada tú y ellos trabajan, preparan comida, comen comida, duermen.
Quieres trabajar tanto como sea posible y por eso te inscribiste en el programa H2A en primer lugar. Sabías que no iba a ser un recorrido turístico y, en efecto, sólo has visto un autobús, la carretera, campos, y el interior de un Wal-Mart. Tuviste una simple meta al irte de casa: enviar tanto dinero como sea posible. Tienes a tus hermanos menores en casa que están estudiando. Tu meta es que hagan algo diferente a trabajar. Tú sabes que tu padre está orgulloso de que eres un buen trabajador, pero sabes que tu hermana y hermano pequeño podrían ser algo mejor. Tú trabajas por ellos y ellos se dan cuenta. Te dicen que te extrañan, pero saben que sin ti no podrían estudiar. Tu meta ahora es poder aguantar y regresarte.
Con los pepinos a uno se le paga por cubeta. Treinta y cinco centavos llegando al tope de la cubeta. Y quieres que te paguen por cubeta porque si corres de una hilera a la otra, tal vez ganas más dinero. Corres y cuando te cansas mucho duermes mejor.
Cuando hay tiempo muerto es lo peor porque es cuando piensas en casa. Piensas en cuando eras niño. En ese entonces los hombres ya habían empezado a irse de tu pueblo. Esto también se convirtió en tu sueño. Pero ahora que estás en Carolina del Norte, no dejas de soñar con tu casa.
Una noche después del trabajo llega un coche. El metal del tráiler detrás de los escalones donde estás sentado refleja la luz de los faros. Tres mujeres jóvenes – son latinas, pero no parecen ser campesinas – salen. Te hablan en español y te sorprende que conocen tu idioma aquí en este lugar. Te dicen que representan a Estudiantes en Acción con Campesinos o SAF. Sonríen y te dan la mano a ti y a los demás que también salieron de sus tráileres.
Es obvio que no están vendiendo nada. Tu papá, que ya está acostado en la parte de atrás, te dijo que evites problemas. Esto parece ser diferente. Las tres están de pie y hablan respetuosamente como si sólo estuvieran de visita. Les ofreces sillas de plástico de adentro. Saben del campo donde trabajas porque la clínica de salud les informó, dicen ellas. Después te dicen que están tratando de aprender sobre las historias de los trabajadores agrícolas. Luego de hablar un rato, te dicen que quieren compartir lo que aprendan en un vídeo. Te das cuenta de que una tiene una cámara pequeña en su bolsa.
Cualquier desconfianza que tenías se empieza a disolver mientras hablan. A fin de cuentas, ¿qué otros planes tenías antes de irte a dormir? Y tal vez tu historia podría transmitirse más allá de este campo, como alumbrar una linterna hacia las estrellas y pensar que sólo se va y se va, y tal vez alguien en un planeta distante podría ver un destello un día. Aunque no te gusta llamar la atención, especialmente aquí, quizás te podría ayudar. Dices que sí.
Una de las tres chicas va al coche y trae un trípode y pone la videocámara sobre él. Empiezan a hacer preguntas. Están más nerviosas que tú pero tratas de ayudarles. Les dices tu nombre y el nombre de tu pueblo, y les cuentas sobre tu familia. Las palabras salen a pelotón como camotes cuando vacías tu cubeta en el gran contenedor detrás del tractor. Se caen y chocan y se amontonan. Te das cuenta de que no has hablado con nadie en persona además de tus compañeros de trabajo en más de cinco semanas. Les cuentas sobre tu padre, y luego está tu hermana y sus útiles escolares y su uniforme, y por qué te han pedido que ayudes a tu hermano, y por eso estás aquí. Después les cuentas sobre las tiendas en Louisburg donde nadie te hace ninguna pregunta. Es como si no te vieran.
Después las estudiantes te hacen una pregunta que te para en seco. “Cuénteme sobre su comunidad aquí”, dice ella. Te das cuenta de que se refiere a aquí en este tráiler con estos otros muchachos. No hay una plaza central cerca, no hay personas caminando en la noche, no hay bautismos, ni nacimientos, ni quinceañeras, ni bodas, ni funerales, ni escuelas, ni tiendas; sólo insectos cantando y coches que pasan de vez en cuando. Los de la clínica de salud son los únicos que alguna vez te preguntaron tu nombre. No hay una comunidad aquí como en México en lo más mínimo.
Te detienes un momento y te empiezas a dar cuenta de que en este trabajo hay compañerismo todos los días. Estos catorce hombres y tu papá son tu pueblo por ahora. Tu comunidad se centra en el trabajo. Y sabes que si te fuera a pasar cualquier cosa, ellos serían los que enviarían tu cuerpo a casa. Ellos pagarían por hacer eso. Tú harías lo mismo por ellos. Es lo que la gente hace por los demás en lugares como este. La gente crea comunidades hasta en las cárceles, has escuchado. La gente se necesita mutuamente. El trabajar juntos se convierte en un hogar.
Después inclinas la cabeza y las estudiantes te hacen un gesto de aprobación, y se dan cuenta de que les acabas de decir algo que merece la pena recordar y compartir. Y entonces te das cuenta de que acaba de suceder lo más importante de toda la noche. Estas estudiantes son las únicas personas que te han preguntado por qué viniste. Son las únicas que se detuvieron y mostraron que les importas. Te das cuenta durante este intercambio que se formó una nueva comunidad. Sonríes y les das las gracias cuando se paran para irse, y te dan las gracias y dicen que esperan verte pronto.
Tal vez las palabras que dijiste no fueron muy buenas, piensas tú, nada como algo que se lee en un libro. Pero cuando hablaste, esas chicas te escucharon. Y viste un destello. Como si alguien en un planeta distante hubiera encendido una linterna hacia su oscuridad y el rayo llegaba aquí y alumbraba tu noche por un segundo o dos, aquí mismo en medio de esta tierra oscura.