Por Kyle Warren, participante de SAF de 2009
Luis en Arkansas, Camote
No tenemos otro lugar donde ir. Hay que sacarle todo el partido a una situación difícil. De verdad esto es lo más parecido que tenemos a un hogar”.
Luis estaba viviendo en el depósito donde su compañía almacenaba camotes de la cosecha del año pasado que se iban a limpiar. Su cama estaba como a la mitad del “dormitorio” donde dormía con unos treinta trabajadores. A menudo los capataces del granjero usaban las oficinas en la parte de enfrente del depósito como habitaciones. El olor fétido de camotes llenos de moho se sentía en el aire, a unos cuantos pies de donde dormía Luis. Nos dijo que uno se acostumbra al olor. Pero él nunca se acostumbró a las amenazas que podría encontrar en su supuesto hogar. Víboras, alacranes y arañas vivían en los cajones que se almacenaban en la bodega y a veces salían en la noche y se acercaban a donde Luis y sus compañeros de trabajo dormían. Hasta el momento, no le había picado nada a Luis ni a sus compañeros, pero estaba esperando el día en que le tocara a alguien.
Nos preguntábamos cómo se las arreglaban viviendo en el depósito con pocos servicios básicos. Él nos enseño la sala de descanso para empleados convertida en cocina. Estaban felices de tener dos estufas, aunque sólo una funcionaba, y dos refrigeradores. Sin embargo, lo que le preocupaba era el baño. Nos llevó al fondo del depósito, donde olía a una combinación de alimentos podridos y aguas residuales sin tratar. Llegamos a las duchas, donde él y sus 30 compañeros de trabajo se ponían en fila para bañarse. Sólo había un grifo en la pared y una lona colgada como cortina de baño. En el otro lado, vimos aguas residuales sin tratar en el piso a sólo unas cuantas pulgadas de donde se bañaban. Luis nos dijo que era difícil, pero que no tenían otro lugar donde ir y el patrón Jack los había tratado bien. Se las iban a arreglar así mientras tuvieran trabajo y un cheque honesto.
Sylvia en Alabama, Tomates
Nunca nos dijeron y nunca vimos ninguna señal. Sólo había que esperar que alguien, cualquiera, te dijera si rociaron y cuándo lo hicieron. Si no, ibas al campo a trabajar y nunca sabrías…”
A Sylvia le encantaba el color brillante de los tomates. Era algo hermoso arrancarlos de las tomateras todos los días. Siempre estaban jugosos y dulces, y del color rojo más extraordinario. Por supuesto, con esa fruta siempre venían muchos sacrificios. Sylvia pasaba muchos días cosechando fanegas de tomates, y a menudo terminaba de llenar los cajones antes de la mayoría de los trabajadores. Pero seguido regresaba a casa con ampollas, llagas y furúnculos debajo de los brazos. Al principio pensó que era porque constantemente tenía que levantar la canasta llena de tomates y llevarla al camión. En parte, tenía razón. “Era un síntoma de los pesticidas ”.
En la granja habían estado usando pesticidas y herbicidas muy fuertes para que los tomates rojos y maduros se vieran tan lindos . Nunca les avisaban cuando el granjero o contratista rociaba los cultivos. No había letreros y nunca les dijeron. Sólo había que tener esperanzas de que por suerte se enteraran que iban a rociar ese día y no era seguro ir al campo. Esto no era una garantía y por lo menos en dos ocasiones, Sylvia fue rociada con químicos mientras cosechaba tomates bajo el fuerte sol. Si pudieran ir a Wal-Mart a tiempo, tal vez podían comprar una pomada para la hinchazón. Pero tenían que pagarla de sus bolsillos y sabían que más valía que no se quejaran. “Los que se quejan muchas veces no regresan”. Ningún granjero quiere tener a un trabajador que causa problemas. Así que siguieron trabajando en los campos llenos de pesticidas. Trabajó con personas que habían sido tan expuestas que se les empezó a pelar la piel. Tenían la piel tan quemada, en carne viva, reluciendo un color rojo como un tomate maduro.
Manuel en Tennessee, Manzanas
Pizqué manzanas por muchos años para ahorrar suficiente dinero para abrir mi tienda y empezar una vida nueva en los Estados Unidos para mis hijos. No quiero que nunca sufran como yo he sufrido”.
Manuel pasó casi dos décadas de su vida en el sureste de los Estados Unidos cosechando manzanas para poder ganar un sueldo decente para mantener a su esposa en México . Venía con una visa H-2A cada año para trabajar con el mismo agricultor que trataba a sus trabajadores como herramientas desechables. Todos los días a las 6 de la mañana subían a Manuel a un autobús abarrotado de gente, con herramientas sueltas y sin cinturones de seguridad. Llegaba a los campos a las 7, subiéndose a los árboles altos para cosechar la fruta. Manuel trabajaba a destajo y tenía que asegurarse de llenar las cubetas con las manzanas Granny Smith con el mayor cuidado. Procuraba que estuviera perfecta porque se tiraba la fruta machucada. A menudo los trabajadores se caían de los árboles donde trabajaban todos los días. Eso le pasó a Manuel. A pesar de todas las heridas, nunca pensó en quejarse, por lo menos no lo hizo después de la primera vez que le pasó. “¿Qué quieres que haga?” Nunca recibió atención médica o seguro de indemnización para trabajadores, ni siquiera le tendieron una mano. Pero le dijeron que regresara a trabajar .
Manuel no iba a permitir que sus hijos vivieran con las mismas injusticias. Ahorró suficiente dinero para que su esposa cruzara la frontera sin ningún percance y viniera a los Estados Unidos . Trabajaron juntos en el campo por varios años, guardando cada dólar que ganaban como si fuera el último. Finalmente, dejaron las manzanas y abrieron su propia tienda. Criaron a sus hijos con las ganancias de su negocio, vendiendo artículos básicos a otros trabajadores agrícolas. Mandaron a sus tres hijos, ciudadanos estadounidenses, a la universidad. Dos de ellos abrieron cadenas de restaurantes en Nashville y Knoxville, Tennessee. Hasta hoy día, Manuel trabaja en su tiendita, orgulloso porque sus hijos nunca tuvieron que pisar los campos. Dice que el negocio no va muy bien. Aunque puede pedirles ayuda a sus hijos, quiere dejarlos en paz, sabiendo que son felices. No mide su éxito con el número de manzanas que cosechó, sino con la distancia que lo separa de sus hijos. Manuel cree que entre más lejos estén sus hijos de él y de los campos, más felices serán. Manuel nunca vendió manzanas en su tienda .
Octavio en Luisiana, Caña de azúcar
Nunca se puede predecir el clima en una temporada determinada. A veces no tienes suficientes trabajadores para la temporada entera. Otras veces, no hay suficiente cosecha para justificar tener a todos tus trabajadores. Así que uno se las arregla…”
Octavio era un capataz que conocía bien las industrias de la sandía y la caña de azúcar en el norte de Luisiana. En los últimos años había ayudado a reclutar varios trabajadores H-2A, pero este año tuvo que depender de muchos trabajadores indocumentados y de Texas para ayudar con la caña de azúcar. Había llovido más en Luisiana este año que en los últimos dos años y los trabajadores no podían entrar a los campos para la cosecha. El jefe de Octavio no pudo traer a muchos de sus trabajadores H-2A en la fecha que había prometido porque la lluvia arruinó parte de la cosecha y atrasó la siembra de los camotes. En cambio, contrataba a trabajadores indocumentados y a trabajadores que vivían en Texas para tratar de hacer todo lo posible para cosechar lo que pudieran durante la temporada de lluvia. “Qué lastima que no tenemos a nuestros trabajadores H-2A regulares. Los trabajadores que tenemos ahora sólo causan peleas, se emborrachan y destruyen la vivienda. Pero por lo menos no les tenemos que pagar cuando llueve y no trabajan”. Normalmente, con el programa H-2A, el agricultor tiene que pagar por lo menos ¾ de lo que iba a pagarle a trabajadores reclutados fuera del programa, pero esa ley no aplica en Texas, ni a trabajadores indocumentados. En realidad, Octavio estaba orgulloso del número de personas que reclutó. Reclutó a tantos que muchos de ellos viajaban de Texas o de otros estados sureños pensando que iban a trabajar en el campo, pero a menudo se les decía que iban a trabajar con frijoles o sandía. De todos modos venían listos para trabajar, pero debido a su estatus el granjero les decía que se fueran porque no tenía trabajo. Docenas y docenas de trabajadores llegaban en autobuses en caravana con la esperanza de ganar algo de dinero, pero eran rechazados en la puerta del granjero. Sin embargo, Octavio estaba orgulloso de reclutar a tantos trabajadores. Era lamentable que los que no tuvieron la suerte de encontrar trabajo se tenían que regresar a casa por su propia cuenta. Después de hablar con Octavio nos dirigimos hacia el sur y vimos los inmensos campos de caña de azúcar, listos para ser cosechados, sin ningún trabajador.
Tenola, Misisipi, Bagre
Pensé que iba a ser padre. Sin embargo, no podía mantenerme ni a mí mismo ni a mi esposa, menos a un hijo.”
Tenola y su esposa estaban tan emocionados porque ella tenía 8 meses de embarazo. Se conocieron en la línea de producción del bagre. Tenola seguía trabajando con la compañía limpiando o cortando pescado, pero en días buenos sólo tenía que armar cajas para transportar el pescado. Se crió en Misisipi y le parecía extraño trabajar con trabajadores itinerantes. Hacía lo posible para hablar con ellos sobre su vida y el trabajo. Le encantaba hacer gestos como si tuviera un bulto en su estómago cuando hablaba sobre su esposa, alargando la palabra “pregnant” [embarazada] como si sus compañeros de trabajo le fueran a entender si la decía con acento. Por fin le entendieron. No se llevaba bien con sus compañeros porque se enteró que estaban ganando mucho más que él, aunque él había estado trabajando en la misma compañía por más de siete años. Después le dijeron que era porque el programa H2-A requiere que se les pague más, pero no reciben los mismos beneficios que los empleados regulares. Tenola pareció estar satisfecho con esa respuesta al pensar en sus pésimos planes de seguro médico y dental.
Un día cuando estaba trabajando, su esposa le habló para decirle que estaba teniendo complicaciones. Tenola pensó que iba a nacer el bebé pronto y se apresuró para terminar su trabajo. Les preguntó a los jefes si se podía ir temprano si terminaba de cortar su cuota de bagre. Les contó sobre el bebé y la llamada de teléfono y le dijeron que si terminaba su trabajo de ese día se podía ir. Entonces Tenola se puso las pilas y pudo irse del trabajo una hora temprano, tres horas después de recibir la llamada de su esposa. Cuando llegó a casa, se dio cuenta de que su esposa sí estaba teniendo complicaciones. La llevó al hospital de prisa, sólo para averiguar que era demasiado tarde. Perdieron su primer hijo. El siguiente día, Tenola regresó a trabajar para poder seguir manteniendo a su esposa. “¿Qué diablos piensas que estás haciendo aquí?” El gerente le dijo a gritos que se fuera de la propiedad de inmediato o lo arrestarían. Después de hablar con uno de sus compañeros de trabajo se enteró de que su supervisor estaba enojado porque se fue temprano el día anterior, y a pesar de que le había dado permiso, lo despidió. Tenola ya no trabaja en la compañía de bagre en Misisipi. Su esposa tomó su lugar en la línea cortando y limpiando pescado, armando cajas en los días buenos. Tenola se sienta en su casa vacía y silenciosa.